Lleva un año y medio intentando aparcar en La Laguna

Rodolfo Guerra advierte con desesperación que han vuelto a birlarle una plaza libre en el entorno del Camino Largo.

Desde La Verdellada hasta La Manzanilla, y desde La Concepción hasta La Milagrosa, no hay rincón del casco urbano de La Laguna que Rodolfo Guerra no haya recorrido exhaustivamente en los últimos dieciocho meses en busca de una plaza de aparcamiento en la que dejar su vehículo para realizar unas gestiones relacionadas con su trabajo que ya no recuerda y que, probablemente, tampoco sean urgentes llegados a este punto.

Hemos podido entrevistar a Guerra subiéndonos con él a su vehículo. Casado y con dos hijos, apenas puede ver a su familia unas pocas veces al día, cuando quedan en un semáforo de la avenida de La Trinidad para saludarse mientras está en rojo, ya que a estas alturas, Guerra ha memorizado las secuencias de todos los semáforos laguneros. Nos explica que «no quise subir en el tranvía desde Santa Cruz porque tarda mucho, y las guaguas pasan cuando quieren, así que preferí subir en coche, y ahora ya no puedo bajarme porque encontrar una plaza ya es una cuestión de orgullo». Asegura que su trabajo como asesor contable y fiscal no se ha visto perjudicado porque tiene el portátil consigo («mi mujer me trae una batería cargada cada tarde, junto con la cena y una muda») y que, si bien puede trabajar cómodamente mientras conduce a menos dos por las calles del casco histórico, alguna vez ha aparcado en doble fila para enviar algún trabajo urgente.

Cuestionado por la oportunidad de pagar una plaza de parking, Rodolfo Guerra, que ha perdido la cuenta de los litros de gasolina que lleva consumidos, dice que se niega «a pagar por aparcar, hombre, lo que faltaba, ya pago mis impuestos de circulación». Su salud física empieza a resentirse ya que sólo puede comer del McDonalds Auto de Alcampo, y la mental no va por mejor camino; según nos cuenta, cuando para el coche en algún garaje para echar una cabezadita «suelo soñar con vados permanentes y líneas amarillas que se mueven junto a mi vehículo para impedirme aparcar, me levanto con unos sudores muy malos».

Natacha Mendez, la esposa de Rodolfo Guerra, admira la tenacidad de su marido en su afán de encontrar aparcamiento pero al mismo tiempo confiesa que «ya no sé qué decirles a los niños para explicarles por qué papá está todo el día en La Laguna dando vueltas, creen que es un agente secreto del Ayuntamiento que vigila que Javier Abreu no vuelva a acercarse a Teidagua».